La torrija de los Shisha

La torrija de los Shisha

«¡Totemo amail». A los Shisha la torrija les parecía demasiado dulce. Yo pensé que se la zamparían de un bocado al verles relamerse y mover sus colitas de gusto cuando les puse nuestro emblemático postre de Semana Santa. Ya que ellos me habían guiado en las exploraciones gastronómicas de Okinawa y me habían custodiado los sueños apostados a la puerta del minshuku de Ida isla de Ishigaki donde dormía, me habían escoltado ante mi izakaya de referencia y el salón de aromaterapia donde me había curado las efectos secundarios del sol y los traqueteos del viaje, y ya que me habían enseñado como dragones ástutos las delicias locales de los mercados de pueblo, era lógico que yo les obsequiara con un plato casero, encima cocinado por mi okaa san. Pero está claro que los sabores de infancia de los pueblos no siempre se fusionan en las memorias gustativas.

¿No os gusta la miel? «Suki janai», cabecearon contundentes. Vaya, que no hay que empeñarse. Podían haber reaccionado a la japonesa, con un sí pero no y una sonrisa de gracias pero paso. Pues ellos, sinceros y espontáneos, dieron su veredicto. Y ya se sabe que cuando las criaturas animalescas se ponen bravas mejor no insistir.

Aunque yo me puse tozuda, o diplomática, según se mire, y les propuse hacer unas torrijas nuevas en plan nipoespañol. ¿Con azúcar de caña de la isla de Hateruma, la más fina que se cultiva en el archipiélago de las Yaeyama? ¿Decorada con los terroncitos de formas irregulares que los niños y los mayores chupan como un caramelo?

«Ummm…» Entrecerraron los ojos saltones y cuchichearon entre ellos en el arcaico lenguaje de los nativos Ryukyu. ¿Y si hago ralladura con jengibre fresco? «Eto»..

Nuevos cabeceos y movimientos de cola.

La torrija versión Okinawa resultó con un dulzor tenue, como con leves tintes amargos.

Me había costado un montón prepararla, pues para disolver ese azúcar morena como los pobladores de ese codiciado territorio del Japón tropical había que remover el agua con paciencia.

Los Shisha esbozaron una sonrisa. Paladearon. Se pasaron la lengua por los colmillos.

 

Miraron al techo. Me miraron a mí y dieron su veredicto: «Chotto».

Pero ¿cómo que tampoco os gusta? La respuesta era esa que se da cuando se duda pero que no, que no mola del todo. ¡Pues vaya, con los dragoncitos viajeros!

Para que se entretuvieran y cambiaran de tercio, evocando los efluvios de la mar salada y brindándoles nuestro gran producto representativo del mami junto al vino de jerez, les puse un plato de jamón: «Ibérico buta!!». Saltaron tanto que casi tiran la mesa.

A que nuestros cerditos son paradisiacos, eh? Les dije, pensando para mis adentros en ese acto de canibalismo: dragones-perro comiendo butaniku (carne porcina, de unos congéneres del reino animal).

Con los estómagos contentos y, por fin, con un gesto de entusiasmo gastronómico, salimos del food in translation para fusionar nuestros gustos y amores culinarios de ida y vuelta Japón-España. «¿También hacéis torrijas mojadas en vino ne?» Vaya lo documentada que está esta gente, por Internet se enteran de todo lo más remoto, dije para mis adentros. ¡Pues sí, las hacemos!, les contesté ufana. Entonces escupieron a la vez: ‘Tenemos una idea: ¿qué tal unas torrijas mojadas en awamori?» Ay, ¿por qué no se me había ocurrido antes? Efectivamente, las haríamos empapaditas del licor de arroz okinawense y del nihon-shu de fama mundial, de sake.

Habíamos dado con la piedra filosofal de la hermandad enogastronómica

¡Sayonara, Shishas!

Shisha (シーサー): animales mitológicos que guardan las casas y negocios de Okinawa. • Minshuku: alojamiento en casas familiares japonesas tipo bed&breakfast Izakaya: taberna • Okaa san: madre.

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